Implica el uso de la fuerza para dañar al
otro. Este tipo de violencia puede ser percibida, objetivamente por los que se
encuentran cerca de la víctima, pues generalmente deja huellas externas, se
refiere a empujones, rasguños, jalones, pellizcos, mordidas, golpes, patadas,
puñetazos, cachetadas, etc. Pueden ser
causados con las manos, pies o con algún objeto, arma o sustancia. El Agresor de manera intencional y recurrente
busca ejercer control a través del daño a la integridad física de la persona,
causando lesiones internas o externas en la víctima. Como es la más visible, es
más fácil que la víctima tome conciencia, también es la violencia que más fácil
se reconoce social y jurídicamente. Se puede presentar generalmente contra la
mujer, los niños o los ancianos, aunque en menor medida los hombres también
pueden ser víctimas.
Normalmente
se trata de justificar a través de los siguientes mitos:
Las características personales del agresor:
Falta de control
de la ira, herencia, o adicciones.
Características de la víctima:
Naturaleza
inferior de la mujer, ella lo provoca,
masoquismo.
Características externas:
Estrés laboral,
problemas económicos o de celos.
Existe la
creencia de que estas familias tienen un bajo nivel económico y educativo y
sociocultural.
No todos los
adictos al alcohol son violentos con sus familias, casi todos tenemos estrés por el trabajo y no violentamos a los demás.
Generalmente los agresores, sólo
son violentos con aquellos a los que perciben débiles, y no violentan a sus
compañeros de trabajo, jefe o amigos. En el fondo estas justificaciones buscan
reducir la responsabilidad y culpa del
agresor, además de la implicación que debe tener la sociedad ante este
problema.
Walker y
Dutton definen el síndrome de la mujer maltratada, como: una adaptación a la
situación aversiva, que se caracteriza por la habilidad de la víctima para
afrontar los estímulos adversos, minimizar el dolor, distorsiones cognitivas, disociación
o negación como mecanismos de defensa, además cambia la manera en que se
percibe ella misma, a los demás y al mundo.
Pueden presentar un trastorno de estrés postraumático, es decir presentan sentimientos depresivos, de rabia,
baja autoestima, culpa, rencor, pueden presentar problemas somáticos, disfunción
sexual, conductas adictivas y dificultades para establecer relaciones
personales. La víctima
también puede experimentar reexperimentación del suceso traumático, evitan
situaciones asociadas al maltrato, están hiperactivas, tienen pesadillas y
dificultades para dormir, están continuamente alerta, irritables y con
problemas de concentración.
Marie-France Hirigoyen establece la diferencia entre dos fases de este síndrome:
En la
primera fase la mujer esta confusa y desorientada, renuncia a su propia identidad
y le atribuye al agresor aspectos positivos, que le permiten negar la realidad.
Se encuentran agotadas, no comprenden lo que sucede, están solas y aisladas, de su entorno
familiar y social y en constante tensión ante cualquier reacción agresiva de su
pareja.
La segunda
fase son las consecuencias a largo plazo, cuando se dan cuenta del tipo de
relación en la que viven, se sienten heridas, estafadas y avergonzadas,
apáticas, casadas y sin interés por nada.
Tener consciencia de este síndrome nos permite actuar para salir de él.
MARCELA BARRERA